La tradición del cuento se desarrolló fundamentalmente en Oriente. La India (con el Panchatantra) y, después, el mundo árabe (Las mil y unas noches como ejemplo más significativo) fueron las culturas que más cultivaron este tipo de narración, pasando, por medio de las rutas comerciales, a Europa. En España, Al-Ándalus sirvió de intermediaria para que los cuentos árabes y orientales fueran conocidos por la población de Castilla.
Dos cuentos de origen árabe muy populares en la Castilla medieval fueron Calila e Dimna y Sendebar. ¿Y de qué trataban? Calila e Dimna presenta a la figura de un rey que pide consejo a un filósofo, el cual le responde siempre con un cuento ejemplar, protagonizado por animales (Calila y Dimna, son, de hecho, zorros o lobos), del cual el monarca aprende una valiosa lección. Sendebar, por su parte, presenta un argumento algo más complejo: el príncipe Alcos rechaza las proposiciones de una mujer del harén de su padre y esta, ofendida, decide acusarle de violarla. En un principio, Alcos es condenado a muerte, pero los sabios del rey, convencidos de la inocencia del príncipe, empiezan a narrar cuentos a su señor, con los que intentan demostrar que las mujeres no son de fiar. La ofendida contraataca con sus propios cuentos, en los que la imagen de la mujer sale mejor parada. Sin embargo, el rey, finalmente, queda convencido por las historias de sus consejeros, libera al príncipe y condena a su mujer por mentirosa.
Si os fijáis, estos cuentos árabes presentaban una estructura parecida: una figura de autoridad (un rey) era aconsejado por uno o varios sabios por medio de cuentos ejemplares, de los que dicha autoridad aprendía una importante lección. Un modelo del que se valdría, en el siglo XIV, don Juan Manuel para escribir la obra narrativa en español más importante de la Edad Media: El Conde Lucanor. Don Juan Manuel vivió en la corte del rey Alfonso X el Sabio, un monarca que dedicó buena parte de su mandato a impulsar la cultura. Su deseo de conocimiento le llevó a impulsar la labor de la Escuela de Traductores de Toledo, que, entre otros muchos textos árabes, tradujeron Calila e Dimna al castellano. En ese ambiente de cultura se crió don Juan Manuel, que compartió el ansia de saber y, sobre todo, de escribir de su tío.
El Conde Lucanor fue su obra más conseguida. En ella, un joven conde llamado Lucanor pide consejo a Patronio, un hombre más experimentado, sobre diversas cuestiones políticas, económicas, espirituales... Patronio siempre le narra entonces un cuento, del que el conde aprende una lección que le ayuda a prosperar en la vida. Como veis, es prácticamente calcado en su esencia a Calila e Dimna y, en menor medida, a Sendebar. Todos sus cuentos o ejemplos terminaban con una moraleja, lo que reforzaba el carácter didáctico de esta obra.
Y es que la narrativa se empleaba, primordialmente, para enseñar a la población lecciones fundamentales para su vida: cómo habían de comportarse, cómo debían actuar en determinadas situaciones, etcétera. Poco a poco, con todo, empezó a aparecer una literatura que ya no perseguía enseñar, sino, simplemente, entretener a sus lectores. En este sentido, cabe destacar que, a partir del siglo XIV, proliferaron las novelas de caballerías, unas narraciones mucho más elaboradas que contaban las extraordinarias aventuras de caballeros andantes.
Dichos caballeros andantes eran muy similares a los protagonistas de los cantares de gesta: eran fuertes, hábiles, valientes, inteligentes, nobles de corazón, honrados, fieles a Dios y su señor... Es decir, eran hombres perfectos. Un claro ejemplo en España lo encontramos en el caballero Zifar, protagonista del Libro del caballero Zifar, la primera novela de caballería en castellano, de origen anónimo (aunque se supone que la compuso Ferrand Martínez, secretario de Alfonso X).
¿Dudas? ¡Pues a los comentarios!
Dos cuentos de origen árabe muy populares en la Castilla medieval fueron Calila e Dimna y Sendebar. ¿Y de qué trataban? Calila e Dimna presenta a la figura de un rey que pide consejo a un filósofo, el cual le responde siempre con un cuento ejemplar, protagonizado por animales (Calila y Dimna, son, de hecho, zorros o lobos), del cual el monarca aprende una valiosa lección. Sendebar, por su parte, presenta un argumento algo más complejo: el príncipe Alcos rechaza las proposiciones de una mujer del harén de su padre y esta, ofendida, decide acusarle de violarla. En un principio, Alcos es condenado a muerte, pero los sabios del rey, convencidos de la inocencia del príncipe, empiezan a narrar cuentos a su señor, con los que intentan demostrar que las mujeres no son de fiar. La ofendida contraataca con sus propios cuentos, en los que la imagen de la mujer sale mejor parada. Sin embargo, el rey, finalmente, queda convencido por las historias de sus consejeros, libera al príncipe y condena a su mujer por mentirosa.
Si os fijáis, estos cuentos árabes presentaban una estructura parecida: una figura de autoridad (un rey) era aconsejado por uno o varios sabios por medio de cuentos ejemplares, de los que dicha autoridad aprendía una importante lección. Un modelo del que se valdría, en el siglo XIV, don Juan Manuel para escribir la obra narrativa en español más importante de la Edad Media: El Conde Lucanor. Don Juan Manuel vivió en la corte del rey Alfonso X el Sabio, un monarca que dedicó buena parte de su mandato a impulsar la cultura. Su deseo de conocimiento le llevó a impulsar la labor de la Escuela de Traductores de Toledo, que, entre otros muchos textos árabes, tradujeron Calila e Dimna al castellano. En ese ambiente de cultura se crió don Juan Manuel, que compartió el ansia de saber y, sobre todo, de escribir de su tío.
El Conde Lucanor fue su obra más conseguida. En ella, un joven conde llamado Lucanor pide consejo a Patronio, un hombre más experimentado, sobre diversas cuestiones políticas, económicas, espirituales... Patronio siempre le narra entonces un cuento, del que el conde aprende una lección que le ayuda a prosperar en la vida. Como veis, es prácticamente calcado en su esencia a Calila e Dimna y, en menor medida, a Sendebar. Todos sus cuentos o ejemplos terminaban con una moraleja, lo que reforzaba el carácter didáctico de esta obra.
Y es que la narrativa se empleaba, primordialmente, para enseñar a la población lecciones fundamentales para su vida: cómo habían de comportarse, cómo debían actuar en determinadas situaciones, etcétera. Poco a poco, con todo, empezó a aparecer una literatura que ya no perseguía enseñar, sino, simplemente, entretener a sus lectores. En este sentido, cabe destacar que, a partir del siglo XIV, proliferaron las novelas de caballerías, unas narraciones mucho más elaboradas que contaban las extraordinarias aventuras de caballeros andantes.
Dichos caballeros andantes eran muy similares a los protagonistas de los cantares de gesta: eran fuertes, hábiles, valientes, inteligentes, nobles de corazón, honrados, fieles a Dios y su señor... Es decir, eran hombres perfectos. Un claro ejemplo en España lo encontramos en el caballero Zifar, protagonista del Libro del caballero Zifar, la primera novela de caballería en castellano, de origen anónimo (aunque se supone que la compuso Ferrand Martínez, secretario de Alfonso X).
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