A la hora de escribir literatura, ya hemos visto esta semana que se pueden emplear una serie de herramientas lingüísticas llamadas recursos literarios, los cuales transforman un texto normal y corriente en otro cargado de belleza (el principal objetivo de la literatura, si recordáis). En esta entrada vamos a repasar todas esas figuras que hemos estudiado con muchos más ejemplos de los que vienen en el libro de texto, para que así podáis estudiarlas mejor de cara al primer examen de este curso.Para empezar, os recuerdo que hay tres grandes clases de recursos:
1) Los fónicos, esto es, los sonoros, donde podemos encontrar, por un lado, las onomatopeyas (imitaciones de sonidos de la realidad, como guau, miau, boom, ring, toc, tac...) y las aliteraciones, que consisten en la repetición de uno o varios sonidos en un verso o una estrofa. Veamos ejemplos de este último recurso:
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba
Como notaréis, el sonido /s/ se repite constantemente en los dos versos. Otro caso más:
Finales, fugaces, fugitivos
fuegos fundidos en tu piel fundada
En este caso, es el sonido /f/ el que aparece una y otra vez, formándose una aliteración.
2) Los gramaticales, que son aquellos que juegan con el orden y la colocación de las palabras para crear ritmo. En este apartado, conocimos dos tipos fundamentales. Por una parte, está la
anáfora, que consiste en la repetición de uno o más términos al principio de varios versos:
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste!
Temprano levantó la muerte el vuelo
temprano madrugó la madrugada
temprano estás rondando por el suelo
En estos dos ejemplos, vemos cómo siempre se repiten las mismas palabras al principio de los tres versos (oh noche, por un lado, y temprano, por otro), creándose anáforas.
Por otra parte, encontramos el polisíndeton, mediante el cual repetimos en muchas ocasiones la misma conjunción:
El prado y valle y gruta y río
y fuente responden a su canto
Ni rosas ni caracoles tienen el
cutis tan fino, ni los cristales
con luna relumbran con su brillo
En el primer ejemplo, era la conjunción y la que no cesa de aparecer, mientras que, en el segundo, es ni la que se repite varias veces.
3) Los semánticos, que juegan con los significados de las palabras. En este punto, distinguimos cuatro recursos diferentes:
- La hipérbole, que es una exageración:
Tanto dolor se agrupa en mi costado que, por doler, me duele hasta el aliento.
No hay océano más grande que su llanto.
Es imposible que el aliento produzca dolor a una persona, ni que un llanto humano sea tan grande como un océano; es obvio que el escrito ha exagerado en ambos casos, es decir, que ha usado hipérboles.
- La personificación o prosopopeya, que consiste en atribuir a objetos sin vida o animales propiedades o habilidades de los seres humanos:
El tren tose asmáticamente por la ladera.
Las estrellas nos miraban mientras la ciudad sonreía.
El tren es un objeto sin vida, al que se le ha dado una cualidad propia de los seres vivos: la tos. Lo mismo ocurre con las estrellas, a las que se les atribuye una habilidad de ser vivo, la de mirar, o con la ciudad, que sonríe igual que los seres humanos.
- La comparación o símil, que relaciona dos realidades que se parecen:
El árbol es como una casa para los pájaros y el techo para el vagabundo.
Hay algunos que son como los olivos, que sólo dan fruto a palos.
La clave para identificar este último, como ya os dije, es ver si hay algún como en las oraciones. Si lo hay, es completamente seguro que habrá una comparación o símil.
- La metáfora, que asocia (e incluso sustituye) un concepto real con otro imaginario:
Tus cabellos son de oro.
Lógicamente, los cabellos de esa persona no son de verdad de oro; simplemente hemos asociado una imagen, la del oro y su color, con uno real, el del pelo rubio.
En su boca lucían unas hermosas perlas blancas.
Cuando el poeta habla de perlas blancas, no se refiere a la joya que se busca en los mares y se usa para los collares; simplemente ha asociado la imagen de la perla y su belleza con la de los dientes.
Murallas azules que van y vienen, acariciando las arenosas mejillas de África.
Al hablar de murallas azules, nos referimos, en realidad, a las olas del mar, igual que, cuando escribimos arenosas mejillas, mencionamos a las costas, a las playas de África, no a una mejilla de verdad. Esto es, asociamos imágenes reales con otras que nos inventamos, aportando así belleza al texto.
¿Alguna duda? Si es así, ¡a los comentarios!