En aquel entonces dos eran los principales pueblos que habitaban estas tierras. Por un lado, se encontraban los íberos, que ocupaban el sur y la costa este; por otro, los celtas, que vivían en el norte y el oeste de la Península. Por supuesto, cada una de estas culturas hablaba su propia lengua (el íbero y el celta, respectivamente), conviviendo con ellas otra más que se empleaba en lo que hoy día es el País Vasco y el sur de Francia. Se trataba del euskera, un idioma que ha sobrevivido desde entonces y hasta nuestros días. A todas estas lenguas que existían antes de la llegada de Roma se las conoce como prerromanas.
Sin embargo, no pasaría mucho tiempo hasta que los romanos echaron el ojo a la Península Ibérica, atraídos por su riqueza y su posición estratégica. Por ello, a partir del año 218 a.C., las legiones romanas fueron, poco a poco, extendiéndose por nuestra geografía. Y, a pesar de que íberos y celtas lucharon con fiereza contra ellos, el poderío militar romano acabó imponiéndose, convirtiéndose Hispania en una provincia romana más. Roma, aun así, no se limitó a conquistar el territorio, sino que, además, lo romanizó; es decir, impuso a la población íbera y celta sus costumbres, sus leyes, sus entretenimientos... Y, claro está, su idioma, el latín, que sustituyó al íbero y al celta, unas lenguas que, lamentablemente, acabaron desapareciendo. No le sucedió lo mismo al euskera, que supo sobrevivir en las recónditas montañas vascas.
Durante varios siglos, Roma fue una de las civilizaciones más importantes de todo el mundo. Sin embargo, diversos problemas internos mermaron su poder, lo que, a partir del siglo V d.C., aprovecharon los pueblos godos para invadir el imperio. De esta forma, los ostrogodos se asentaron en Italia; los francos, en Francia; o los visigodos, en España. No obstante, cuando estos pueblos del norte llegaron a nuestras fronteras, no obligaron a sus habitantes a abandonar la forma de vida romana. Es más, poco a poco ellos mismos se fueron adaptando a ella. Incluso mantuvieron el latín, el cual, de todos modos, comenzó a sufrir en estos siglos profundos cambios. ¿La razón? La población hispana, inculta en su mayoría, no lo hablaba correctamente, mientras que los visigodos tampoco se esforzaron mucho por aprenderlo de forma apropiada (y carecieron de medios para ello). Por todo ello, el latín se fue corrompiendo, dando lugar a nuevas lenguas.
Y ya en el siglo XV, los gallegos (quienes, hasta entonces, hablaban portugués) decidieron separarse idiomáticamente de sus vecinos lusos y pervirtieron el portugués hasta crear su propia lengua, el gallego. De esta forma nacerían los cuatro idiomas que, a día de hoy, existen en España. El castellano o español, según nuestra Constitución, es la lengua oficial de todo el Estado; las otras, por su parte, se consideran cooficiales en determinadas comunidades autónomas: el catalán, en Cataluña, Baleares y la Comunidad Valenciana; el euskera (una versión más moderna que la que existía antes de los romanos, establecida en el siglo XX), en el País Vasco y Navarra; y el gallego, en Galicia.
Como somos tantos los que hablamos español en nuestro país, evidentemente no todos lo usamos del mismo modo. Según la región de España en la que nos encontremos, se utilizará un dialecto u otro, es decir, una manera de hablar castellano propia y particular de dicho lugar. En este sentido, cabe destacar dos variantes principales:
* El español septentrional, que se usa en el norte y el centro de la Península Ibérica.
* El español meridional, propio del sur de España y las islas Canarias.
Y, ya dentro de este español meridional, podemos reconocer otra serie de dialectos, a saber:
1) El extremeño, que se usa en Extremadura y se considera un habla de transición entre el andaluz occidental y el castellano del norte de España.
2) El murciano, que combina el andaluz, el valenciano y el manchego.
3) El canario, quien comparte características con el andaluz y el español de América.
4) Y el andaluz, el dialecto más destacable de todos, cuyos rasgos principales pudisteis apreciar en este vídeo:
¿Los habéis reconocido todos? Comprobémoslo:
B) También se incurre en el seseo, esto es, pronunciar la Z o la C como una S: Relasione' - Relacione'.
C) Es muy típica del andaluz, como habréis notado, la pérdida de las consonantes al final de las palabras: Relasione' - Relaciones; Andalu' - Andaluz
D) Y la última es la más complicada de detectar: el yeísmo. Consiste en pronunciar la LL como una Y.
Y este es el panorama lingüístico de nuestro país. Si tenéis alguna duda, por favor, emplead los comentarios para preguntarme lo que queráis.
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