miércoles, 24 de enero de 2018

4º ESO: El Modernismo

A finales del siglo XIX Europa vivió una de sus épocas de mayor esplendor y paz, la denominada Belle Époque. No fue para menos: en estos años nació el Impresionismo, una de las corrientes artísticas más importantes de la historia; los avances científicos se sucedieron con una rapidez inusitada, siendo esta la etapa de grandes genios como Edison o Marie Curie; los obreros, progresivamente, iban consiguiendo más derechos, por lo que sus condiciones de vida dejaron de ser miserables; las mujeres, gradualmente, se ganaron el derecho al voto; la economía progresaba y enriquecía a buena parte de la sociedad... Incluso en estos años se disputaron los primeros Juegos Olímpicos. Sin guerra en Europa y con cierta estabilidad entre las potencias, el Viejo Continente atravesaba una auténtica edad de oro.

Una sociedad tan próspera necesitaba que todo reflejase esa opulenta forma de vida. De ahí que cualquier objeto se convirtiese en una obra de arte, desde muebles hasta los carteles publicitarios, pasando por ventanas, lámparas, joyas, etc. Francia fue el país que especialmente gustaba de estos artículos tan hermosos como caros y, para hacer realidad ese ideal de belleza, dio cobijo a artistas de todo el mundo: Gustav Klimt, Alphonse Mucha, Toulouse-Lautrec, Monet, Renoir... La literatura, por supuesto, no fue ajena a esta manera de entender la vida y, poco a poco, fue abandonando la crudeza del Naturalismo para adentrarse en dos nuevas corrientes que se olvidaran la realidad y se centraran en lo bello: el Parnasianismo y el Simbolismo.

Nada tenían que ver estos movimientos con el Realismo y el Naturalismo. El Parnasianismo, por un lado, se obsesionaba con lograr la belleza estética con las palabras, abandonando el lenguaje sencillo realista por uno más culto y sobrecargado; por otro, el Simbolismo buscaba la expresión del mundo interno del autor, utilizando para ello toda clase de recursos literarios. En ambos casos, la realidad era rechazada, huyéndose de ella por medio de temas mitológicos o íntimos:


Estas corrientes literarias llegaron tarde a España, aunque no gozaron de mucho éxito (el Realismo estaba en pleno vigor). Por el contrario, Hispanoamérica se declaró profunda admiradora de los poetas franceses simbolistas y parnasianas. En periódicos y revistas literarias de toda Latinoamérica se imitaba su estilo y se jugaba con él, surgiendo, de la unión de ambos movimientos, una nueva forma de hacer literatura. Nacía así el Modernismo.

Muchos fueron los poetas modernistas que sobresalieron de algún modo en Latinoamérica. Sin embargo, solo uno ha pasado a la historia tanto por su talento como por su gigantesca influencia en la lírica española posterior. Se trata del nicaragüense Rubén Darío. Desde muy joven, Darío destacó como escritor, trabajando con apenas 14 años en distintos periódicos y participando en tertulias políticas. Viajó por toda América Central y del Sur (El Salvador, Chile, Argentina), colaborando en distintos medios de comunicación y, merced a sus contactos, ganándose la vida como diplomático. Gracias a sus dotes periodísticas, el diario La Nación decidió enviarlo a España para cubrir la guerra de Cuba. En 1898 llegaba Rubén Darío a España y, con él, nuestra lírica cambió para siempre.

Su presencia en Madrid y Barcelona resultó decisiva para que el Modernismo se instalara definitivamente en España. Varios escritores jóvenes habían intentado, sin éxito, que esta corriente fuese aceptada por la crítica nacional. Solo Darío, cuya obra incluso era reconocida por algunos realistas (Juan Valera) y naturalistas (Emilia Pardo Bazán), logró lo que parecía impensable. Bajo su ala modernista crecieron algunas de las mejores plumas españolas del siglo XX: Antonio Machado, Ramón María del Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Jacinto Benavente...

Por aquel entonces, Rubén Darío había ya logrado la publicación de su segundo libro de poemas, Prosas profanas, si bien su primer gran éxito lo conoció de joven con Azul (1888). En Azul el nicaragüense mezcló cuentos en prosa con textos líricos y, en todos ellos, ya se apreciarían algunas características del Modernismo (herencia de la literatura francesa): el empleo de versos alejandrinos (14 sílabas) y de 12 y 9 sílabas (propias del francés), el lenguaje culto y recargado, los temas mitológicos y fantásticos... Sin embargo, fue en Prosas profanas (1896) cuando alcanzó un punto de madurez que lo definió completamente como poeta. Valga como ejemplo de su estilo su poema más célebre de este libro, la Sonatina:



Aquí podemos hallar casi todos los rasgos propios del Modernismo y, por extensión, del propio Rubén Darío, a saber:

1.- Huida de la realidad para adentrarse en mundos lejanos, exóticos e incluso mágicos. El poema, a fin de cuentas, se ambienta en un reino de Oriente, haciéndose menciones a la Golconda (una antigua ciudad india) o China.

2.- Empleo de temas mitológicos, legendarios y fantásticos. En este caso, además de esa ambientación medieval idealizada, menciona Darío a Hipsipila, un personaje procedente de los mitos griegos. A su vez, aparece un hada madrina y un caballo con alas (Pegaso).

3.- Expresión de temas intimistas. Por medio de la figura de la princesa, Darío manifiesta los dos temas principales de esta Sonatina, a saber, el amor y la melancolía, sentimientos muy presentes en todo el Modernismo.

4.- Recreación de ambientes bellos, llenos de color y esplendor. La princesa vive en un jardín repleto de pavos reales y flores de todas clases (jazmines, nelumbos, dalias, rosas), sentada en una silla de oro, vestida de tul, rodeada de mármol y marfil...

5.- Lenguaje culto y recargado. Por ejemplo, en vez de "carroza de plata", Darío dice "carroza argentina"; en vez de "lago azul oscuro", "lago de azur"; en vez de "perro", "lebrel"... Y así sucesivamente.

6.- Uso del verso alejandrino, esto es, de 14 sílabas (como hemos comentado con anterioridad) y rima consonante.

7.- Recreación de imágenes sensoriales agradables, tanto visuales (pavos reales, sillas de oro, palacios de mármol, diamantes, perlas) como auditivas (clave sonoro), olfativas (las flores que pueblan el jardín) e incluso táctiles (el tul de sus vestidos) y gustativas (boca de fresa).

8.- Utilización de multitud de recursos literarios, sobre todo la metáfora (presente en casi todo el texto), la sinestesia (mezclas de sentidos, como en "dulzura de luz" -combina algo del gusto, la dulzura, con algo de la vista, la luz), la repetición (para crear ritmo y musicalidad), la aliteración ("los suspiros se escapan de su boca de fresa", por ejemplo) y el símbolo.

Posiblemente el símbolo sea la principal innovación de Rubén Darío. Imitando a sus admirados simbolistas franceses, el nicaragüense repite en todos sus poemas distintos elementos a los que asocia una idea o un sentimiento con los que habitualmente no están relacionados. Por ejemplo, para él el color azul significaba el ensueño y el infinito, lo inalcanzable; los cisnes blancos (su símbolo más famoso), el erotismo y la elegancia; los pavos reales, la belleza; la torre, la soledad, el aislamiento del mundo; la mariposa, el renacer, el ciclo de la vida y la muerte; los parques y los jardines recreaban el corazón y el alma del poeta...

En 1905 Rubén Darío publicó su tercera gran obra, Cantos de vida y esperanza, una obra más humana e intimista, en la que el paso del tiempo le produce tristeza y melancolía:



Darío gozó en vida de mucha fama y popularidad, tanto en Latinoamérica (era a menudo recibido como un héroe cuando visitaba un país) como en España o Europa. Lamentablemente, su afición al alcohol afectó gravemente a su salud y su economía, siendo frecuentemente ayudado por amigos y políticos que deseaban acercarse a la gloria del "príncipe de las letras castellanas". Por desgracia, todo el auxilio que le prestaron no fue suficiente para evitar su temprana muerte a los 49 años. Eso sí, su influencia se dejó sentir en las tres décadas siguientes, siendo crucial en los inicios de autores ya mencionados como Machado, Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez; y en toda la producción literaria de estos poetas andaluces:

SALVADOR RUEDA

Nacido en Benaque (Málaga), en su poesía predominan las descripciones de Andalucía oriental, caracterizadas por su colorido (pavos reales, sandías) y su sonoridad, logrando, con su particular uso de las estrofas, que sus poemas poseyeran un ritmo muy personal. En tropel (1892) fue su obra más destacada.

FRANCISCO VILLAESPESA

Originario de Almería, cultivó el teatro, la narrativa y, por supuesto, la lírica. Amigo de Rubén Darío, fue uno de los más firmes defensores del Modernismo (y también uno de los más olvidados por la crítica y los estudiosos). Entre sus temas más destacados, resaltan el tedio o el hastío ante la falta de sentido que tiene la existencia humana; la aparición de drogas que evadan a su usuario de la realidad (como el opio, a imitación del simbolista francés Baudelaire); ambientes medievales; el símbolo del cisne... La copa del rey de Thule (1900) fue la obra con la que se inició en el Modernismo y quizá la más reseñable de su vasta producción.

MANUEL MACHADO

Hermano del insigne Antonio Machado, este sevillano fue un firme renovador del folclore popular andaluz y el 'cante hondo'. Es por ello que muchas de sus obras están perfectamente adaptadas a los palos y ritmos del flamenco: coplas, seguidillas, malagueñas, soleares... Incluso creó un nuevo tipo de soleá llamada soleariyas. Sus poemas, claramente simbolistas, reflejan escenas de su Andalucía natal, así como sus sentimientos sobre la muerte, el amor y la soledad. A pesar de la clara influencia de Darío sobre su trabajo, Machado apostaba, en vez de por ese lenguaje sobrecargado del Modernismo, por un vocabulario mucho más sencillo y directo, incluso coloquial. Cante hondo (1912) y Alma (1902) son sus obras más conocidas, al igual que este poema, la mejor definición de Andalucía escrita hasta la fecha:

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