lunes, 30 de abril de 2018

4º ESO: La poesía de Juan Ramón Jiménez

A principios del siglo XX, la lírica española estaba en manos del Modernismo. La influencia de Rubén Darío se dejó sentir vivamente en nuestra poesía hasta prácticamente la década de los 20, con la aparición de vanguardias como el ultraísmo y, después, la Generación del 27. Por tanto, de esa cuna modernista procederían los dos primeros grandes talentos poéticos de este siglo. De uno ya se ha hablado con anterioridad, a saber, Antonio Machado, quien abandonó pronto el Modernismo para crear su propio estilo. Y lo mismo haría, un poco más tarde, un segundo genio de Andalucía, nacido en Moguer (Huelva). ¿Su nombre? Juan Ramón Jiménez.

Juan Ramón tuvo la suerte de nacer en una familia acomodada, dueña de un exitoso negocio de vinos. Su padre, Víctor Jiménez, era el que lo dirigía y soñaba con que su hijo, quien estaba obteniendo unas notas excelentes, siguiera sus pasos. Lamentablemente para él, las aspiraciones de Juan Ramón eran otras. Si bien empezó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla (obligado por su padre), pronto la abandonó para dedicarse a sus verdaderas pasiones: la pintura y, sobre todo, la poesía. Comenzó incluso a publicar sus poemas en Madrid con cierto éxito, un prometedor comienzo que se vio bruscamente interrumpido en 1900.

Aquel año se produjo una tragedia que lo marcó para siempre: la muerte de su padre. Aquel suceso lo dejó completamente trastornado. Juan Ramón nunca se perdonó que no llegara a arreglarse con él antes de su fallecimiento. A su vez, creció en él una profunda tanatofobia (miedo a la muerte), que lo obsesionó hasta el punto de que fue necesario ingresarlo en un sanatorio. Profundamente deprimido y devastado, también tuvo que sufrir la ruina de su familia, que lo perdió todo después de la muerte de Víctor Jiménez. De hecho, el mismo Juan Ramón tuvo que abandonar el hospital y regresar a casa para recuperarse. Allí vivió voluntariamente encerrado durante años.

Ese período tan triste, con todo, fue el de mayor producción del poeta onubense, con cerca de 20 obras publicadas, entre las que destacan Arias tristes (1902), Jardines lejanos (1904), Elegías (1907), La soledad sonora (1908), Poemas agrestes (1910)...:



Como se puede apreciar, la tristeza y la melancolía inundan todo este poema. Los modernistas, si recordáis, se centraban de nuevo en la expresión de sus sentimientos, y eso, precisamente, es lo que hace Juan Ramón Jiménez: desahogar la profunda pena que siente por culpa de los avatares del destino. Y no es esta la única característica del Modernismo presente en este texto, puesto que, a su vez, recurrirá a los símbolos para expresar dichas sensaciones, más concretamente al parque (aunque, en otros muchos poemas, será el jardín). Este paraje natural representará al corazón de Juan Ramón Jiménez y sus emociones de pesar, nostalgia, angustia, amor...

En sus inicios, como buen modernista, apostó decididamente por el verso alejandrino y la rima consonante. Sin embargo, ya os habréis dado cuenta de que, en este poema, no se respeta nada de eso. Los versos tienen todos la misma medida, cierto es; pero ninguno es de 14 sílabas. A medida que pasa el tiempo, Juan Ramón, por influencia de Bécquer, va acortando sus versos hasta decantarse (como el poeta sevillano) por los octosílabos y la rima asonante en los pares. Al lenguaje le va pasando algo muy parecido: de emplear uno especialmente recargado (como dictaba el Modernismo) pasa a usar uno culto, pero un poco más sencillo.

A esta primera etapa de clara influencia modernista se la conoce como sensitiva, y duró hasta 1915. Fue entonces cuando se produjo un cambio fundamental en su carrera, que reflejó en este poema:



Al principio, Juan Ramón Jiménez amó la poesía, adornada con los "ropajes", es decir, las características típicas del Modernismo (lenguaje recargado, símbolos, sensualidad). No obstante, poco a poco el onubense sentía que este movimiento encorsetaba demasiado a la lírica; y que, en consecuencia, debía dar de lado todo lo modernista para hallar una poesía "desnuda", pura y libre de cualquier exigencia métrica, temática... Y eso, precisamente, es lo que hará Juan Ramón. Se olvidará por completo del Modernismo y apostará por encontrar un estilo propio que le permita expresar su propia y particular sensibilidad. Las vanguardias, el Novecentismo y la poesía anglosajona le influirán de forma decisiva en este sentido:



Como podéis apreciar, el verso es libre, es decir, no sigue ninguna regla de métrica ni de rima, a diferencia de la etapa anterior. El lenguaje, asimismo, es mucho más sencillo y directo, si bien las ideas que trata de transmitir son más complejas. Sí mantendrá en sus escritos los símbolos, decantándose ahora por el mar, que representa, por un lado, la soledad (uno de los temas principales de Juan Ramón Jiménez) y, sobre todo, el deseo de eternidad. El onubense seguía obsesionado con la muerte y, por ello, intenta encontrar una manera de eludirla, de alcanzar la inmortalidad, de trascender. Para ello, se vuelca activamente en su poesía, la herramienta, que, desde su punto de vista, le permitirá lograr tal objetivo; y por esa razón se fija en el mar como símbolo de algo vasto y enorme que permanece igual por los siglos de los siglos, igual que la eternidad.

A esta segunda etapa, que se llama intelectual, pertenece la que es, sin duda alguna, su mejor obra: Diario de un poeta recién casado (1916). Se trata de un libro experimental en el que se mezclan textos en verso con otros en prosa poética, en los que el mar como símbolo está siempre presente. Juan Ramón escribió este Diario en una de las etapas más felices de su vida, cuando se casó con su gran amor, Zenobia Camprubí, en Estados Unidos. Intelectual de renombre y activista por los derechos de la mujer, Camprubí resultó crucial en la obra de Juan Ramón, puesto que fue ella la que lo introdujo de pleno en la poesía en inglés, ayudándole incluso a traducir al español a Rabindranath Tagore, premio Nobel de literatura.

Este Diario de un poeta recién casado no fue, aun así, la primera incursión de Juan Ramón Jiménez en la prosa. De hecho, un par de años antes (aún en su etapa sensitiva) había publicado otro de sus libros más célebres, Platero y yo, escrito enteramente en prosa. No obstante, no se debe entender esta obra como un cuento o una novela al uso. Al contrario, se trata de un poema en prosa que carece de un hilo argumental definido. Juan Ramón se limita a recrear distintas escenas como si fuera un pintor, en las que describe con un lenguaje cuidado los paisajes de su Moguer natal, los cuales recorre a lomos de un simpático borriquillo llamado Platero. A este animal le unirá una tierna y cariñosa relación de amistad. A su vez, la naturaleza cobra una especial importancia en esta obra, mostrando Juan Ramón Jiménez su deseo de fundirse con ella y evadirse de la sociedad, a la que critica con cierta dureza.

Durante años, Juan Ramón Jiménez vivió felizmente con Zenobia en Madrid hasta el estallido de la Guerra Civil. No tuvo más remedio que exiliarse, recorriendo con su mujer distintos puntos de América (especialmente Estados Unidos) y trabajando como conferenciante y profesor universitario. El matrimonio se instalará finalmente en Puerto Rico, donde, en 1956, recibe la noticia de que se le ha otorgado el premio Nobel de Literatura, el tercero que se daba a nuestras letras. La alegría, con todo, no le dura demasiado: tres días después, Zenobia fallecía. Su pérdida lo hundió por completo, siguiéndola a la tumba apenas dos años después.

Por suerte, antes de eso, Juan Ramón logró alcanzar esa eternidad que tanto deseaba en su tercera y definitiva etapa, llamada suficiente o verdadera. Los poemas de este período serán especialmente complejos, como podéis comprobar en este ejemplo:



De su etapa anterior se mantienen el verso libre, los símbolos y las metáforas puras y abstractas, complicadas de entender. Con ellas, ya no solo persigue la eternidad, sino que la alcanza, poniéndose en contacto con Dios al que habla directamente. De hecho, incluso se identificará con Él, puesto que considerará que, por medio de su poesía, ha conocido al Creador y, de esa forma, ha conseguido él mismo construir un mundo de belleza similar al Universo. La divinidad, por tanto, está dentro de su alma y su obra. Dios deseado y deseante o Animal de fondo serán las obras más destacadas de este período.

Este fue el legado literario de Juan Ramón Jiménez al mundo cuando nos dejó en 1958. Sus restos, junto a los de su esposa, pudieron ser repatriados y enterrados en Moguer, donde descansa para toda la eternidad con su Platero y su talento inmortal:

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