domingo, 3 de junio de 2018

4º ESO: Lírica española del siglo XX

La Guerra Civil española supuso uno de los mayores desastres de la historia de nuestro país, comparable al que se vivió en 1898 con la guerra de Cuba y Filipinas. La razón es simple: la población fue la que pagó las consecuencias del conflicto, como ya se ha mostrado en la entrada sobre narrativa. La pobreza, la miseria y el hambre supusieron la nota predominante en la vida de muchos españoles, quienes, además, habían visto cómo sus casas, escuelas, iglesias u hospitales habían quedado completamente destrozados por culpa de los bombardeos. La autarquía franquista y la casi inexistente ayuda internacional (con contadas excepciones, como Argentina o México) tampoco contribuyeron a mejorar este panorama, que no se disipó hasta casi finales de los años 50.

A esto, a su vez, hay que unirle el creciente número de víctimas mortales que la posguerra trajo consigo, y que se sumó al medio millón de personas que ya habían perdido su vida entre 1936 y 1939. De hecho, España es, a día de hoy, el segundo país del mundo, tras Camboya, con mayor número de desapariciones forzadas pendientes de investigación. Y uno de esos nombres que cayó bajo la opresión inicial franquista fue el de un gran poeta alicantino, considerado como el epígono (es decir, un añadido final) de la Generación del 27, con la que tuvo mucha relación. Se trata de Miguel Hernández.

Nacido en Orihuela (Alicante), su padre quería que continuase con el negocio familiar, a saber, el pastoreo de cabras. Sin embargo, Hernández tenía una curiosidad irrefrenable y, gracias al canónigo del pueblo, comenzó a leer, mientras cuidaba de los animales, a los grandes clásicos de nuestra literatura (Cervantes, Lope de Vega, Calderón) y de la extranjera (Virgilio, Verlaine). Luego, por supuesto, empezó a componer sus propios poemas. Con apenas 20 años, ya había ganado algún reconocimiento y publicado en determinadas revistas, lo que lo llevó, en dos ocasiones, a viajar hasta Madrid para iniciar su carrera literaria. En su segunda estancia ya tuvo más suerte y logró forjarse un nombre en los ámbitos poéticos de la capital, conociendo, de paso, a nombres tan ilustres como Vicente Aleixandre o Pablo Neruda (ambos premios Nobel) y recibiendo elogios del mismísimo Juan Ramón Jiménez.

Huelga decir, por tanto, que la estética de la Generación del 27 influyó decisivamente en él, al igual que el Surrealismo, vanguardia que preconizaban tanto Aleixandre como Neruda, como se puede apreciar en este poema de una de sus primeras grandes obras, El rayo que no cesa:



En esta primera etapa de su obra, se aprecia claramente la influencia de Góngora (a quien leyó de adolescente y fundamental para los del 27) en el uso de estrofas clásicas (como la cuarteta, la octava real, el soneto o el terceto encadenado) y el hipérbaton; del Surrealismo, en las metáforas puras y las imágenes oníricas, parecidas a las de los sueños ("Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo"); y de Juan Ramón Jiménez, en el uso de un lenguaje algo más sencillo, pero que oculta un mensaje complejo, difícil de descifrar por parte de un receptor que ha de realizar un esfuerzo intelectual para extraer todo el jugo del poema (esto también es herencia del gongorismo). Por todo ello, Miguel Hernández está considerado, muchas veces, como uno más de la Generación del 27, con la que convivió en estos inicios de la década de los 30. Es más, incluso se enamoró de Maruja Mallo, excelsa pintora y buena amiga de los poetas de esta Generación. A ella (y a su pasión no correspondida) precisamente va dedicado El rayo que no cesa.

Por desgacia, el destino iba a llamar pronto a sus puertas con el alzamiento de los militares en África en 1936. Afiliado al Partido Comunista, se alistó en el ejército republicano, combatiendo, entre otras, en la batalla de Teruel. No obstante, los altos mandos se dieron rápidamente cuenta del valor propagandístico que tenía la literatura, por lo que autores como Alberti o él son utilizados como poetas de trincheras para animar a las tropas en la lucha. Es en estos años cuando Miguel Hernández se decanta por temas más comprometidos social y políticamente hablando, tal y como se aprecia en sus obras Viento del pueblo o El hombre acecha:



A pesar de su tono optimista y esperanzado, Miguel Hernández tuvo que ver cómo la guerra se decantaba del bando franquista, viéndose obligado, por razones obvias, a huir de España. Lamentablemente, el poeta alicantino fue atrapado en la frontera con Portugal, apresado y, por último, condenado a muerte por su apoyo político a la República. Si no hubiera sido por la intervención de muchos amigos suyos que habían apoyado el alzamiento de Franco (algunos miembros de Falange), lo habrían fusilado; aunque su destino no fue mucho mejor: acabó pisando hasta ocho cárceles distintas, en las que vivió en unas condiciones inhumanas y extremas. Su único contacto con el mundo exterior era por medio de las cartas que recibía de su mujer, Josefina Manresa, quien le narraba las enormes dificultades que tenían su hijo y ella para sobrevivir. "Solo tenemos pan y cebolla para comer", le llegó a confesar. Hernández, abatido por la desgracia y la impotencia, tan solo pudo hacer una cosa, a saber, componer uno de sus poemas más hermosos y dedicárselo a su hijo. Así nacieron las Nanas de la cebolla:



En este poema, ya dentro de su tercera y última etapa, se aprecian las dos emociones que predominan en el corazón de Hernández. Por un lado, la enorme pena que siente por no poder proteger y cuidar a su familia; por otro, un pequeño halo de esperanza encarnado en la figura de su hijo, al que pide que siempre sea inocente, valiente y risueño. Estas palabras actuaron como una suerte de despedida: Miguel Hernández contrajo la tuberculosis (entre otras enfermedades) en la cárcel y acabó muriendo en 1942. Apenas tenía 31 años. Nunca llegó a conocer a su hijo.

Miguel Hernández está considerado como uno de los últimos grandes genios de la lírica española. Aun así, esta siguió avanzando y progresando a lo largo del siglo XX, surgiendo distintas corrientes que procedemos a destacar en orden cronológico de aparición:

* Poesía arraigada: aquella que surge tras la victoria nacional en la Guerra Civil y patrocinada por el régimen franquista. También llamada Generación del 36, los poetas arraigados cultivaron una poesía sencilla, con estrofas clásicas y un lenguaje transparente. Organizados en revistas como Escorial o Garcilaso, manifestaban una visión positiva e idealizada del mundo, el amor y la vida, empleando, en ocasiones, temas heroicos y religiosos.

* Poesía desarraigada: aquella que surge en los años 40 y que, en contraposición a la arraigada, muestra la miseria y la angustia existencial propias de la posguerra. Tiene su inicio en 1944 con la publicación de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y la de Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre. Alonso expresa en su obra la desesperación del hombre ante un mundo cruel y sin humanidad, que le produce asco; y una amarga protesta contra la historia de España y Dios, al que culpa de permitir el sufrimiento humano. Por su parte, Aleixandre, dentro de su tradicional pesimismo, utiliza el surrealismo para dar a entender que los buenos tiempos (el paraíso) jamás van a poder recuperarse.

* Poesía social: aquella que también surge en los años 40 y que realizó un testimonio crítico de la realidad española, sobre todo la situación en la que vivían los más desfavorecidos. Suele combinar el tono lírico con el narrativo, así como emplear un estilo claro y un lenguaje sencillo. En este movimiento sobresalen tres autores, a saber, Blas de Otero (quien demanda a la sociedad -"la inmensa mayoría"- que reclame paz, justicia y solidaridad), Gabriel Celaya y José Hierro (quien alterna etapas desesperanzadas con otras en las que actúa como cronista de los tiempos que le han tocado vivir).

* Postismo: movimiento poético andaluz desarrollado a mediados de los 40 y heredero de las vanguardias, fundamentalmente del dadaísmo y el surrealismo. Se decanta por la exploración del subconsciente, el empleo de imágenes insólitas, la ausencia de signos de puntuación y el uso del humor y el juego. Su principal representante es Carlos Edmundo de Ory.

* Poetas del Medio Siglo: nombre que recibe la generación de poetas surgidos a mediados de los años 50. Este grupo rechaza la tendencia narrativa de la poesía social y busca recuperar el lenguaje poético tradicional en busca de la belleza formal. Eso sí, mantienen una actitud crítica sobre España, si bien se centran más en temas íntimos, como el paso del tiempo, el amor, la amistad... Forman parte de esta generación poetas de la talla de Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo.

* Novísimos: generación de autores surgidos a finales de los 60 y principios de los 70, que rompieron con el realismo de etapas anteriores y apostaron por la experimentación formal. En su obra se combina un lirismo grave (o frívolo en ocasiones) con referencias a la cultura moderna, como el cine, el jazz o el cómic; se tocan temas personales; y se percibe la influencia de Cernuda, Aleixandre, el surrealismo... Los nueves autores que conforman este grupo, recogidos en la antología Nueve novísimos poetas españoles (de ahí su nombre), son Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer, Leopoldo Panero, Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Antonio Martínez Sarrión, Ana María Moix, Vicente Molina Foix y José María Álvarez.

* Poesía de la experiencia: aparece a finales del siglo XX. Consiste en recurrir a la vida cotidiana del poeta para expresar, con enorme simbolismo, temas trascendentales como la soledad, el tiempo que transcurre, el amor, el desengaño... Son poemas, por tanto, con una importante carga biográfica; de ahí que se ambienten en entornos urbanos, reconocibles por el lector, además de que se utilice un lenguaje sencillo y directo. Se busca, en consecuencia, el equilibrio entre la tradición y las novedades líricas, abandonándose así las vanguardias. Hay que destacar a Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes.

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