La victoria del bando nacional en la Guerra Civil española no trajo consigo la paz social y la estabilidad económica que muchos (entre ellos, Miguel de Unamuno) ansiaban. Justo al contrario, el clima de represión violenta que se impuso en los primeros años de dictadura llevó a los españoles a vivir con un miedo que nunca se quitaron del corazón. Por si esto no fuera poco, los alimentos y los objetos de primera necesidad estaban racionados por el ejército, disponiendo muchas familias de casi nada para comer y subsistir. La miseria, el hambre y la pobreza se asentaron completamente en una España que, durante cerca de 15 años, solo pudo pensar en sobrevivir como se pudiera.
A pesar de que había una fuerte coerción sobre la literatura por parte de la censura, los novelistas no podían apartar su mirada ante tanta injusticia. Y, a falta de poder criticar lo que sucedía, se volcaron en reflejar en sus obras cómo era la España de la posguerra. En esta línea se publicó, en 1947, la primera gran novela desde la guerra, a saber, La familia de Pascual Duarte:
Camilo José Cela (quien, en 1989, ganaría el Premio Nobel de Literatura -el último español en lograrlo-) mostró en su primera novela el dolor, la angustia y la tragedia diarias que se vivían en una España atrasada, pobre y, sobre todo, muy violenta. A fin de cuentas, en este avance habéis visto cómo el padre de Pascual, el protagonista, le pegaba de niño; cómo agredía también a su madre; o cómo Pascual, ya de adulto, también recurre a las armas y los puños en su vida diaria, lo que también queda patente en esta escena:
Cela, mediante estos ambientes duros, violentos e intensos, nos enseña cómo el ser humano lucha como puede por sobrevivir, generalmente sin éxito alguno. La sensación de fracaso se palpa por doquier; y la crueldad y la injusticia están tan arraigadas en la sociedad que la misma existencia parece carecer de sentido alguno. Es imposible sentirse a gusto en un mundo tan inhumano, tan falto de bondad, generosidad y amabilidad. Y aún peor: no se puede luchar contra él, o las consecuencias serán terribles (como la muerte). Este pesimismo y esta reflexión sobre el sentido de la vida, heredados de la Generación del 98, son las bases de la denominada novela desarraigada o existencial, a la que pertenecieron el ya mencionado Camilio José Cela y Carmen Laforet (Nada). De hecho, dentro de este subgénero, Cela creó su propio estilo, llamado tremendista por su fascinación por las escenas violentas, las vivencias extremas y el lenguaje crudo y desgarrado.
La narrativa española, con todo, no se conformó con esta novela desarraigada y, poco a poco, a medida que la situación sociopolítica se fue normalizando, se atrevió a mostrar con cierta perspectiva crítica cómo era la sociedad española del momento. Así nació la novela social. Por supuesto, esta crítica era velada, aunque suficiente para entender los males de una España hipócrita, más preocupada por las apariencias que por los verdaderos problemas del país. Un buen ejemplo nos lo proporcionó Camilo José Cela en La colmena (1951):
En estas dos escenas vemos la esencia de la novela de Cela. Por un lado, escuchamos a un par de señoras bien arregladas. Las dos se alegran de que la hija de una de ellas tenga la opción de casarse con su amante después de que su mujer haya muerto, aunque eso solo sucederá si la chica se queda embarazada. Posteriormente, ambas critican con total impudicia a una mujer que se encuentra sola en el café, insinuando que es una "mujer de vida alegre" tan solo porque no va acompañada por un hombre. El machismo, la desfachatez y el conservadurismo de la sociedad española quedan perfectamente retratados en estos diálogos. Por otro lado, vemos también la historia de un hombre sin demasiados recursos que, por aparentar ante un rico (al que quiere impresionar para sacarle el dinero), decide "limpiarse" la camisa con una goma de borrar. Eso sí, aunque no tenga para lavarse la ropa, bien que se gasta su dinero en un limpiabotas que le adecente los zapatos...
Mucho más mordaz fue Miguel Delibes en sus novelas. Periodista de profesión, Delibes adoraba la vida rural, pero era consciente de las enormes penurias que vivía la gente del campo, o bien por culpa de lo que se decidía en las ciudades; o, sobre todo, debido a los latifundistas, los señores que, con su dinero e influencia, trataban de manejar las humildes vidas de los campesinos. Así lo reflejó en algunas de sus obras más conocidas, como El camino o Las ratas:
Fijaos en ambas escenas. En la primera, vemos a un niño (el 'Nini') con su padre, cazando ratas para comérselas porque no tienen nada más que llevarse a la boca. De nuevo, la pobreza y la miseria asolan a una España que, aun así, no ve el valor de la cultura y la educación, ni la entienden como un mecanismo para huir del hambre. Así lo revela el mismo 'Nini', quien confiesa que no comprende por qué ha de ir a la escuela. De hecho, hasta se da a entender que a ningún hombre del pueblo le molesta ser un analfabeto. Por supuesto, esta ignorancia es la que permite al alcalde y al dueño de las tierras dominar la localidad a su gusto y antojo.
Con la democracia ya instalada, Delibes fue incluso más crítico en una de sus mejores novelas, Los santos inocentes:
En el primer vídeo, podéis contemplar cómo los señoritos se pavonean de cómo escriben sus sirvientes, a los que exhiben como juguetes o perros falderos. Ellos obligan a los tres campesinos a escribir sus nombres para demostrar que ya no son unos analfabetos delante de un embajador extranjero, humillándolos en el proceso y tratándolos con condescendencia y muy poco respeto. A su vez, queda patente que, si bien no son completamente ignorantes, tampoco han estado escolarizados mucho tiempo, lo que, evidentemente, ha condicionado su forma de vida. En la segunda escena, ese paternalismo vuelve a hacerse patente: el campesino pide al señor que acepte de nuevo a su servicio a su cuñado, un hombre con deficiencia mental. Sin embargo, en vez de mostrar piedad o empatía ante la situación, el rico incluso se ofende y delega en el jornalero el cuidado de esa persona, aunque carezca de medios y espacio para ello.
En todos estos ejemplos se pueden observar con claridad dos de los rasgos clave de la novela social, a saber, la importancia fundamental del diálogo para el desarrollo de la historia; y la apuesta por un protagonista colectivo en lugar de uno individual. De esta manera, en La Colmena Cela nos cuenta la vida de las dos señoras, el caballero que intenta vender la pluma, el ricachón, un grupo de poetas, la dueña del café... En Las ratas, Delibes, por medio de 'El Nini', nos narra cómo viven su padre, la señora Resu y toda la gente del pueblo; mientras que en Los santos inocentes, los protagonistas son la familia humilde de campesinos y los señores a los que sirven. A todo esto hay que unirle el respeto al orden cronológico (las historias se cuentan de forma lineal, tal como van sucediendo), el uso de distintos registros según la clase social de los personajes y la utilización de un narrador omnisciente que presente objetivamente los hechos.
De esta guisa marchó nuestra narrativa hasta los años 60, en los que, merced al aperturismo de la dictadura, comenzó a fluir de nuevo la cultura extranjera en nuestro país. De esta forma, en los 60 arriban a nuestras estanterías autores tan influyentes como Franz Kafka, James Joyce, William Faulkner y otros genios que estaban renovando por completo la narrativa desde un punto de vista formal. Gracias a estos autores, las historias ya no se contaban desde un único punto de vista, sino desde varios (perspectivismo), combinando el narrador omnisciente con el objetivo, el testigo, el interno e incluso con uno en 2ª persona. Asimismo, se alteraba por completo el orden cronológico, comenzándose las historias desde el final (in extrema res) o en mitad del nudo (in media res); introduciendo 'flashbacks' (el narrador vuelve a un hecho acaecido en un tiempo anterior que afecta al presente) o 'flashforwards' (el narrador anticipa sucesos del futuro y luego regresa al presente)...
Los escritores españoles, poco a poco, fueron introduciendo en sus obras todas estas novedades formales, abandonando el protagonista colectivo para regresar a uno individual que simbolizase los problemas de nuestra sociedad; y utilizando, en vez de los diálogos, una nueva técnica narrativa llamada monólogo interior. Por medio de esta herramienta, el autor podía ofrecer al lector los pensamientos más íntimos de sus personajes contados por ellos mismos. Dichas reflexiones se realizaban de forma inconexa, mezclando temas, produciéndose elipsis, dejando oraciones sin acabar... El mejor ejemplo de monólogo interior se halla en otra novela de Miguel Delibes, a saber, Cinco horas con Mario. En ella, una viuda llora a su marido recién fallecido y, por medio de un monólogo, recuerda cómo ha sido su matrimonio, los problemas que han tenido, las relaciones entre hombres y mujeres, los males de la sociedad, los hijos, el amor o la desilusión:
Desde entonces, y hasta nuestros días, la narrativa española ha sido francamente prolífica, surgiendo y cobrando importancia toda clase de subgéneros, como la novela histórica, que recrea de manera realista épocas pasadas para ambientar historias humanas, como la saga Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte, o Soldados de Salamina, de Javier Cercas; la novela negra o policíaca, donde sobresalen las obras de Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina o Manuel Vázquez Montalbán; la novela de tendencia realista, como Historias del Kronen, de José Antonio Mañas, o la producción literaria de Javier Marías; la novela experimental, que sigue innovando en el campo formal y donde destaca Luis Goytisolo; o la novela poemática, que trata de mezclar narrativa y lírica.
No obstante, no ha sido en España donde han nacido los escritores de mayor talento de la segunda mitad del siglo XX:
Como podéis comprobar en este vídeo, fue Latinoamérica la que llevó la voz cantante de la narrativa en español durante los años 60, 70 y 80, en un fenómeno literario que, efectivamente, se conoció como boom hispanoamericano. Fue en el otro lado del Atlántico donde surgió un mayor número de premios Nobel (García Márquez, Vargas Llosa) o de autores de influencia trascendental en la literatura universal (Borges, Cortázar). Todos ellos, por supuesto, bebieron de las novelas europea y estadounidense del momento, apostando decididamente por el perspectivismo, la ruptura del orden cronológico, la mezcla de líneas argumentales... Y por mezclar temas realistas (los problemas sociopolíticos de Latinoamérica en el siglo XX) y existencialistas (sentido de la vida, angustia, soledad) con asuntos fantásticos, espirituales, mágicos o mitológicos que son presentados, sin embargo, como algo cotidiano y completamente normal. A esta tendencia, como habéis escuchado, se la llamó realismo mágico.
Varios son los autores hispanoamericanos que debéis conocer:
* El colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de literatura en 1982 y autor fundamental del realismo mágico. De su producción destacan Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera.
* El peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura en 2010, del que sobresalen títulos como La ciudad y los perros o Pantaleón y las visitadoras.
* El guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de literatura en 1967 y precursor del realismo mágico gracias a su novela El señor presidente.
* El argentino Julio Cortázar, quien renovó las técnicas narrativas por completo en Rayuela, obra cumbre de la literatura en español.
* El argentino Jorge Luis Borges, padre espiritual del boom hispanoamericano y uno de los escritores más relevantes del siglo XX. A él se le deben poemarios, ensayos, novelas y colecciones de cuentos como El Aleph.
* El mexicano Carlos Fuentes, novelista incansable que dejó títulos como La muerte de Artemio Cruz.
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