domingo, 18 de febrero de 2018

4º ESO: Generación del 98 (I): Narrativa y ensayo

Si os acordáis de la entrada anterior sobre el Modernismo, Europa vivía una época de gran esplendor a finales del siglo XIX, tanto científica como artísticamente. El mundo conocía por aquellos entonces una era de progreso y paz jamás vistas hasta entonces. Sin embargo, para España la historia fue bien distinta. A pesar de la estabilidad política que lograron Sagasta y Cánovas del Castillo, la sombra de la corrupción política flotaba por doquier; a nivel económico y tecnológico, España estaba muy por detrás de las grandes potencias occidentales; no se terminaba de consolidar un tejido industrial que modernizase el país; las tasas de analfabetismo eran elevadísimas... Y lo peor aún estaba por llegar:



Lo poco que quedaba del Imperio español conocía su final de la forma más cruel posible. Ni una sola nación occidental acudió en la ayuda de una España que se hundió definitivamente en la decadencia:


Aunque, a nivel político, no hubiese reacción real a la lamentable situación del país (como habéis escuchado en este vídeo), sí la hubo en los ámbitos culturales e intelectuales. Filósofos, científicos, escritores, periodistas... Todos ellos elevaron su voz y criticaron, desde sus respectivos campos, cómo se hallaba el país, expresando, a su vez, su deseo de regenerarlo, de reconstruirlo a partir de las cenizas del 'Desastre del 98'. 

Esta ola de rabia, descontento, indignación y protesta tuvo rápidamente su eco en la literatura. Novelistas, ensayistas, poetas y dramaturgos que habían abrazado el Modernismo abandonaban esta corriente para apostar por un estilo diferente, que les permitiera abordar los gravísimos problemas de España y, al mismo tiempo, reflexionar sobre el sentido que tenía la vida humana en un mundo cruel, absurdo, deshumanizado y corrupto. Muchos fueron los autores que se adscribieron a esta nueva forma de percibir la literatura, destacando, de entre todos ellos, seis: Ramiro de Maeztu, José Martínez 'Azorín', Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Ramón María del Valle-Inclán. Todos ellos constituyeron uno de los grupos literarios más importantes de nuestra historia: la Generación del 98.

Como ya se ha indicado, España era la principal preocupación de los escritores de esta Generación. Desde su punto de vista, para recuperar la grandeza de nuestro país y regenerarlo, era preciso encontrar, primero, su esencia, aquello que lo destacaba de otras naciones occidentales y lo llevó en su día a ser una gran potencial mundial. Para conseguir ese objetivo, la Generación del 98 buscará lo que es España en distintos lugares:

* La historia, tanto medieval como la del Imperio, con el doble objetivo de localizar el espíritu de España y descubrir los males que la han llevado a la situación de decadencia actual.

* La literatura del Siglo de Oro, la etapa más gloriosa de nuestras letras, y las obras de otros grandes autores, como Jorge Manrique, los ilustrados o Mariano José de Larra. Todos ellos mostraban ya en sus escritos una búsqueda del alma española y un deseo de que cambiasen la sociedad y el mundo en el que vivían.

* Los paisajes de Castilla. Al ser la cuna histórica de España, este territorio servirá de símbolo a esta Generación para plasmar los males y las bondades del país. A fin de cuentas, de Castilla surgió la chispa de la Reconquista y el descubrimiento y posterior colonización de América; así como las bases del gran Imperio de Carlos I y Felipe II. Una grandeza que chocaba de lleno con la realidad que vivía la Castilla de principios del siglo XX: rural, empobrecida, analfabeta, austera, seca... Aunque con una belleza y una fortaleza indiscutibles. El destino de España y el de Castilla iban de la mano.

Por otra parte, los escritores de la Generación del 98 se interesarán por el alma humana. El sinsentido del 'Desastre del 98' y las sensaciones posteriores de humillación y derrota llevaron a intelectuales, artistas y filósofos a plantearse lo absurda que era la existencia del hombre, condenado (ya fuera por voluntad propia o intervención ajena) por la avaricia, la corrupción, el egoísmo y todos los pecados y defectos del mundo moderno. Valores como la justicia, la verdad o el honor se habían diluido como azúcar en el agua y hasta el mismo destino parecía conducirnos a todos a la más absoluta fatalidad. Esta visión tan pesimista de la vida es otro de los grandes temas de una Generación del 98 que no dudó en apostar por personajes repletos de dudas y temores, historias de final trágico...

En ese sentido, se puede afirmar que la Generación del 98 recoge el testigo modernista de preocuparse por los sentimientos. Sin embargo, en vez de volcarse con temas íntimos personales (como la pasión y la nostalgia que se veían en Rubén Darío), lo hace con asuntos más universales, como el destino, la religión, la existencia de Dios, la crueldad del hombre... Del mismo modo, abandona el lenguaje recargado y artificial típico del Modernismo para centrarse en un estilo mucho más sencillo y directo, con oraciones simples que expresen de manera clara y concisa lo que se desea decir; un vocabulario culto, pero adecuado; y algunos arcaísmos (palabras en desuso que recuperaron estos autores en sus estudios de la literatura española antigua).

También rompieron radicalmente con el Realismo de Galdós o el Naturalismo de Clarín, puesto que ellos no deseaban simplemente reflejar la realidad; sino, sobre todo, dar una visión completamente subjetiva, crítica y humana de ella. Eso sí, además del estilo, de estos movimientos recuperaron la importancia de los diálogos, hablando cada personaje según su nivel sociocultural y económico. Estos diálogos, además, permitirán el desarrollo de sus respectivas personalidades y mostrar al lector sus dudas existenciales.

Evidentemente, estas características se observaron, sobre todo, en la narrativa de la Generación del 98, pudiendo destacar en ella a tres grandes autores:

PÍO BAROJA

Nacido en San Sebastián, se formó para ser médico, pero pronto abandonó la medicina por la literatura. En sus novelas destaca, por un lado, su visión pesimista del mundo, en el que el hombre nada puede hacer para luchar contra la tragedia y el destino; y la importancia de los diálogos y la acción, apenas interrumpida por unas descripciones muy sucintas. Baroja se centra, sobre todo, en el dolor humano, experimentado por esas clases bajas que solo pueden soñar con sobrevivir. Su producción (donde destaca El árbol de la ciencia) se suele agrupar en distintas trilogías, como Tierra vasca (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz y Zalacaín el aventurero); La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja); La raza (El árbol de la ciencia, La dama errante y La ciudad en la niebla); o El mar (Las inquietudes de Shanti Andía, El laberinto de las sirenas y La estrella del capitán Chimista).

JOSÉ MARTÍNEZ 'AZORÍN'

El alicantino 'Azorín' (pseudónimo de José Martínez), a diferencia de Baroja, se olvida por completo de la acción. En sus novelas, de hecho, no hay argumento: son escenas yuxtapuestas sin una historia de fondo que las una. Por el contrario, para 'Azorín' lo realmente importante eran las descripciones de los paisajes (Castilla, esencialmente), los pueblos y sus gentes. Estas, eso sí, no serían tan largas y profusas como las del Realismo, sino mucho más sobrias, elaboradas con pequeños detalles (a modo impresionista, como hacían los pintores de esta corriente en Francia). Incluso se toma la libertad de incorporar a sus novelas algunos elementos líricos, abandonando el narrador omnisciente para apostar por uno interno que le permitiera mostrar sus reflexiones sobre la desesperación, la fugacidad de la vida, el paso del tiempo, la fatalidad, el hastío... La voluntad (1902) es su novela más célebre.

MIGUEL DE UNAMUNO

Posiblemente este sea el nombre más prominente de toda esta Generación. Nació en Bilbao, pero pasó casi toda su vida en Salamanca, donde fue catedrático de Griego e incluso rector de su prestigiosa universidad. Filósofo fundamental de nuestro país, en sus novelas mostrará sus dudas existenciales y sus principales ideas: la preocupación por el ser humano, el sentido de la vida, la necesidad de hallar a Dios, la lucha entre la razón y la fe... Por supuesto, España también fue uno de sus focos de atención, estudiando a fondo nuestra literatura y nuestra historia para encontrar, en ellas, su esencia, su alma. Renegó de la prosa realista y naturalista hasta el punto de que no llamaba a sus obras 'novelas', sino 'nivolas', en un afán de desmarcarse completamente de los movimientos anteriores. Y, desde luego, muchas eran las diferencias: apuesta por el diálogo y el monólogo para desarrollar los acontecimientos, empleo del paisaje como símbolo (herencia modernista), sus finales no eran cerrados... Tres 'nivolas' sobresalen de su trayectoria, a saber, Niebla (donde aborda, desde una perspectiva trágica y pesimista, el sentido de la existencia), San Manuel Bueno, mártir (aquí expresa sus profundas dudas religiosas -razón vs. fe-) y La tía Tula.

Tampoco podemos olvidarnos de Ramón del Valle-Inclán, quien, a principios del siglo XX, publicó una serie de novelas llamadas Sonatas (de Primavera, Estío, Otoño e Invierno), protagonizadas por un galán (el marqués de Bradomín) cuyas aventuras amorosas sirven de excusa para crear ambientes sugerentes y bellos, llenos de exotismo... En estas obras Valle-Inclán todavía no apostaba por el estilo propio de la Generación del 98, sino, más bien, por el del Modernismo, cuyos rasgos plasma a la perfección en esta tetralogía. Más adelante, tanto en narrativa (El ruedo ibérico, Tirano Banderas) como, sobre todo, en teatro, el gallego se volcará de lleno en la estética propia del 98.

* Por supuesto, la novela no bastaba para criticar a la España de ese momento, por lo que los autores del 98 recuperaron de la Ilustración un subgénero algo abandonado desde entonces (con la honrosa excepción de Larra), a saber, el ensayo. Valiéndose tanto de periódicos como de otra serie de publicaciones, los miembros de esta Generación, con su estilo directo y preciso, difundieron sus ensayos, en los que, además de analizar la realidad del país, expusieron sus interpretaciones (argumentales, filosóficas...) sobre obras literarias clásicas (especialmente Don Quijote de La Mancha). En este ámbito destacaron dos nombres: 

- 'Azorín' (Ruta de Don Quijote, Castilla, Los pueblos), quien, por medio del paisaje castellano y sus localidades, estudia la vida tradicional española, con sus virtudes y sus defectos.

- Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, El sentimiento trágico de la vida), el cual expondrá de nuevo sus dos temas centrales, a saber, su preocupación por España y la problemática existencial del hombre contemporáneo.

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