Texto: Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán.
(Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento.
Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de vecinas,
en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño
muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. MAX ESTRELLA y DON
LATINO hacen un alto.)
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del
Infierno os abrase las negras entrañas! ¡Maricas, cobardes!
MAX: ¿Qué sucede, Latino? ¿Quién llora? ¿Quién grita con tal
rabia?
DON LATINO: Una verdulera, que tiene a su chico muerto en
los brazos.
MAX: ¡Me ha estremecido esa voz trágica!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas!
EL EMPEÑISTA: Está con algún trastorno, y no mide palabras.
EL GUARDIA: La autoridad también se hace el cargo.
EL TABERNERO: Son desgracias inevitables para el
restablecimiento del orden.
EL EMPEÑISTA: Las turbas anárquicas me han destrozado el
escaparate.
LA PORTERA: ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los
cierres?
EL EMPEÑISTA: Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que
se acordará el pago de daños a la propiedad privada.
EL TABERNERO: El pueblo que roba en los establecimientos
públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!
UN ALBAÑIL: El pueblo tiene hambre.
EL EMPEÑISTA: Y mucha soberbia.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes!
UNA VIEJA: ¡Ten prudencia, Romualda!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que me maten como a este rosal de Mayo!
LA TRAPERA: ¡Un inocente sin culpa! ¡Hay que considerarlo!
EL TABERNERO: Siempre saldréis diciendo que no hubo los
toques de Ordenanza.
EL RETIRADO: Yo los he oído.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Mentira!
EL RETIRADO: Mi palabra es sagrada.
EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable.
EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al
comercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que
olvidarlo.
EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de
nadie.
LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para
el Gobierno.
MAX: Latino, sácame de este círculo infernal.
(Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa
y medrosa alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las
descargas aprieta a su niño muerto en los brazos.)
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Negros fusiles, matadme también con
vuestros plomos!
MAX: Esa voz me traspasa.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que tan fría, boca de nardo!
MAX: ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!
DON LATINO: Hay mucho de teatro.
MAX: ¡Imbécil!
EL EMPEÑISTA: ¿Qué ha sido, sereno?
EL SERENO: Un preso que ha intentado fugarse.
MAX: Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!...
Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía
el tormento... La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de
España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de
hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica
mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como
ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura,
por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto.
Te invito a regenerarte con un vuelo.
DON LATINO: ¡Max, no te pongas estupendo!
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