Pongámonos en situación. Hasta el siglo XVIII la sociedad era completamente analfabeta (casi nadie sabía leer) y, por tanto, creía en toda clase de supersticiones, en la magia y la brujería... Como reacción a todo esto, apareció en esta centuria una serie de sabios y filósofos que querían arrojar algo de luz (de ahí su nombre) a sus compatriotas y convertirlos en personas más educadas y racionales. La fe, la imaginación o la aventura quedaron relegados a un segundo plano, pues lo único realmente importante era la razón, la inteligencia que podía explicar todo lo que sucedía en nuestro mundo.
Kant, Montesquieu, Voltaire o Rousseau fueron algunos de los pensadores ilustrados, quienes revolucionaron por completo la sociedad europea. Para empezar, se constituyó el método científico experimental para demostrar la validez de cualquier idea y así destrozar las supercherías; se impulsó la creación de escuelas, pues educar a la población era una necesidad vital para la sociedad; se publicaron multitud de estudios sobre biología, química, matemáticas, astronomía... Incluso en esta época apareció la primera Enciclopedia en Francia, cortesía de Diderot y D'Alembert. A su vez, surgieron los primeros grandes museos y pinacotecas, las Bibliotecas Reales, etc. También se criticó el sistema político de la época, considerando que todos los hombres eran iguales y libres y que de ellos emanaba el poder, no del rey o de Dios.
Las artes no quedaron relegadas en este movimiento, pues las consideraba fundamentales para la consecución de sus objetivos. Con respecto a la pintura, la escultura o la arquitectura, se recuperaron de nuevo los cánones clásicos de Grecia y Roma y sus temas (Neoclasicismo), mientras que la literatura ya no buscaba la belleza, sino la utilidad. Los libros debían servir para que el pueblo pensase por sí mismo, por lo que todo lo imaginativo quedó descartado y fue sustituido por el didactismo, es decir, por la obligatoriedad de enseñar a la gente por medio de la literatura.
Es por ello que la desbordante creatividad del Barroco o el Renacimiento (con sus referencias sobrenaturales, los libros de caballería...) pasó a mejor vida y se dio pie a una literatura racional y realista, que pretendía educar y entretener para así mejorar a la sociedad. En consecuencia, la lírica o la novela apenas destacan en estos años, cobrando protagonismo un género prácticamente olvidado: el ensayo. En este, el autor expresa su opinión y sus reflexiones personales, debidamente razonadas, sobre un tema que afecte a la sociedad: la política, la economía, la religión, la cultura, etc. Y, atendiendo a las exigencias ilustradas y neoclásicas, lo hará con un estilo directo y llano, sin ningún tipo de exceso (apenas se empleaban recursos literarios) ni un lenguaje recargado, si bien sí debía ser culto. El ensayo se caracterizaba, a su vez, por emplear la ironía para criticar los vicios de la sociedad de su tiempo, así como por un estilo epistolar, es decir, que los autores escribían sus ensayos como si fueran cartas dirigidas a otras personas.
En España tres fueron los ensayistas más importantes:
FRAY BENITO JERÓNIMO FEIJOO
Este religioso benedictino es considerado como el padre del ensayo español. Sus obras principales fueron Teatro crítico universal y Cartas eruditas y curiosas, en las que defendía la aplicación de la razón para el estudio del mundo y la superación de los 'errores comunes', esto es, aquellas falsedades que la sociedad daba por ciertas aunque no lo fueran. También demandó el empleo del método científico (basado en la experiencia) para la adquisición de conocimientos.
GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS
Jovellanos fue uno de los políticos más influyentes y respetados del siglo XVIII. Su producción en prosa fue muy extensa y variada, con tratados de botánica, leyes, arte, economía, política... Ilustrado convencido (criticó abiertamente los privilegios de la nobleza), impulsó una profunda reforma de la educación (orientada a la consecución del bienestar de la sociedad) y la agricultura (eliminando obstáculos legales y burocráticos a la libre iniciativa agrícola). Su Informe sobre la ley agraria fue, por tanto, su obra más reconocida.
JOSÉ CADALSO
De joven viajó y vivió por casi toda Europa (Francia, Inglaterra, Alemania, Italia), por lo que su cultura, al llegar a España, era vastísima: hablaba varios idiomas y conocía de primera mano el movimiento ilustrado. Destacó como militar, siendo nombrado coronel y participando en la defensa de Gibraltar, donde falleció. Es el autor literario más destacado de la Ilustración, destacando en su producción Noches lúgubres (de estilo prerromántico, donde homenajeó a su amada María Ignacia Ibáñez, muerta de tifus con apenas 25 años), Los eruditos a la violeta y, sobre todo, sus Cartas marruecas.
Cartas marruecas es la obra cumbre de la Ilustración española. Es un conjunto de 90 cartas escritas por tres personajes: un marroquí afincado en España, Gazel; su maestro Ben-Beley y un español amigo de Gazel llamado Nuño. Entre ellos comentan algunos aspectos de la actualidad española y europea, criticando el escaso desarrollo de la ciencia en nuestro país, la actitud de los nobles y sus privilegios... Por medio de estos personajes, Cadalso muestra su enorme preocupación por la decadencia de España, un país atrasado, ruin y despreciable en las formas y empobrecido por las numerosas guerras que ha vivido en los últimos dos siglos (las de Flandes, Sucesión...).
Un magnífico ejemplo del estilo de José Cadalso lo hallamos en la Carta XIII:
Instando a mi amigo cristiano a que me explicase qué es nobleza hereditaria, después de decirme mil cosas que yo no entendí, mostrarme estampas que me parecieron de mágica, y figuras que tuve por capricho de algún pintor demente, y después de reírse conmigo de muchas cosas que decía ser muy respetables en el mundo, concluyó con estas voces, interrumpidas con otras tantas carcajadas de risa: «Nobleza hereditaria es la vanidad que yo fundo en que, ochocientos años antes de mi nacimiento, muriese uno que se llamó como yo me llamo, y fue hombre de provecho, aunque yo sea inútil para todo».
Justo en la carta anterior, Gazel informaba a su mentor Ben-Beley que en España existía la nobleza hereditaria (es decir, que los hijos hereden los títulos y honores de sus padres), algo que en Marruecos no se daba. Nuño, amigo español de Gazel, utiliza la ironía para burlarse de este concepto. Cadalso critica así que un noble lo sea solo por nacimiento, puesto que, a diferencia de sus antepasados, no solo no se ha ganado tales honores, sino que, además, es un auténtico inútil, alguien incapaz de hacer algo por sí mismo. A diferencia del Barroco, como podéis apreciar, el lenguaje es mucho más directo (no hay dobles sentidos, ni metáforas) a pesar de ser culto, llegando el mensaje con más facilidad al receptor, al que se educa y se le hace reflexionar sobre uno de los males de España: esa nobleza incompetente que no ayuda en nada al país y solo existe por los privilegios ganados por su casa en pasados remotos.
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