viernes, 29 de septiembre de 2017

4º ESO: El teatro ilustrado

Aunque el ensayo fue el género más prolífico de toda la literatura ilustrada, hubo otro que gozó de mucha popularidad y aceptación en la sociedad del siglo XVIII. Se trataba del teatro, el único entretenimiento de masas de aquellos entonces, el cual era visto por las mentes ilustradas como un mecanismo perfecto para la difusión de sus ideas. A fin de cuentas, no olvidemos que la Ilustración daba a la literatura un carácter utilitario (debía servir de algo a la sociedad) y didáctico (ha de transmitir enseñanzas), y desde esa óptica se entenderían también las obras dramáticas.

Por ese motivo, el teatro ilustrado se desprendió de todo el artificio y los elementos sobrenaturales que anteriormente habían caracterizado al drama barroco (no olvidéis a los espectros de El burlador de Sevilla, por ejemplo; o la exótica Polonia de La vida es sueño); y se acercó más a la realidad, a los problemas cotidianos de la gente, con el objetivo de criticarlos, satirizarlos y, finalmente, proponer soluciones para los mismos. Estas obras perseguían, como los ensayos, que la sociedad mejorase y, con ese fin, enseñaban al público las buenas costumbres que debía adoptar y las malas que había de desechar.


Para llegar al mayor número de personas, se apostó por la comedia. No en vano, una historia divertida y con final feliz siempre había sido del gusto de la gente, más que una tragedia o un drama. Los ilustrados eran conscientes de que, si querían educar, debían hacerlo con un producto que agradase al público que llenaba los nuevos teatros de estilo italiano (de techo cerrado y patio de butacas). De ahí que en esta época aparecieran, por ejemplo, los sainetes, unas piezas cortas costumbristas, que reflejaban cómo era la sociedad de un lugar en concreto.

Sin embargo, fue la comedia neoclásica la que disfrutó de mayor popularidad, siendo el autor más célebre Leandro Fernández de Moratín. Hijo de un abogado y dramaturgo, Moratín se crió en un ambiente de letras, lo que le llevó a convertirse desde joven en escritor. Pronto ganó fama y fortuna gracias a sus comedias, perdiéndolo todo en el siglo XIX cuando apoyó la invasión de Napoleón. Estudió profusamente a Lope de Vega y el teatro clásico y creó sus propias teorías sobre el género dramático, que se pueden resumir en dos máximas: el teatro como deleite e instrucción moral (escuela de buenas costumbres) y que imite de modo verosímil la realidad. Del mismo modo, defendía la regla de las tres unidades, por la que una obra debía discurrir en un único espacio; había de existir tan solo una trama argumental; y, a ser posible, la acción debía durar lo mismo que la representación. Por último, cabe destacar que introdujo como novedad la escritura del texto en prosa, y no en verso, como se había hecho hasta entonces.

Suyas son obras tan divertidas como La mojigata, El viejo y la niña, La comedia nueva y, sobre todo, El sí de las niñas. En ella, Moratín cumple con todos sus preceptos sobre el teatro: toda la acción transcurre siempre en la misma posada de Alcalá de Henares, y el tiempo se ajusta perfectamente a la duración de la comedia, escrita en prosa. En ella se nos cuenta la siguiente historia:




Esta obra, que cosechó un enorme éxito de público, sirvió a Moratín para criticar un aspecto de la sociedad que le desgradaba por completo: los matrimonios concertados entre jovencitas y caballeros ya entrados en años. Para los ilustrados, esto suponía una aberración, puesto que, con tanta diferencia de edad, era imposible que hubiera amor entre los cónyuges, la clave para un matrimonio feliz. Asimismo, los hombres no vivían lo suficiente para tener niños con sus jóvenes esposas, que se quedaban viudas para el resto de sus vidas. 


Por otra parte, Moratín se cuestiona sobre la forma de educar a los hijos: estos no pueden vivir sometidos al criterio de sus padres, sino que han de tener libertad para tomar sus propias decisiones. Ahora bien, Moratín no desea que los jóvenes se rebelen contra los padres, sino que sean estos los que, por amor a sus hijos, les otorguen dicha libertad. Esto se puede entender como la idea ilustrada de que los reyes ilustrados (don Diego) sean los que den derechos al pueblo (Carlos y Paquita), sin necesidad de que este se alce en armas contra sus legítimos señores. Por último, podemos afirmar que se trata de una obra claramente feminista (como lo era toda la Ilustración), que defiende el derecho de la mujer a elegir esposo (o lo que desee en la vida).

Si tenéis curiosidad y queréis verla, os dejo este vídeo para que la conozcáis de primera mano. ¡Espero que os guste!

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