La literatura, por supuesto, no se queda atrás. De hecho, esta etapa está considerada como la Edad de Plata de nuestras letras. A fin de cuentas, en estas primeras décadas del siglo XX, la Generación del 98, con Unamuno, Valle-Inclán y Machado a la cabeza, sigue plenamente activa; son los años en los que Juan Ramón Jiménez va experimentando en su poesía hasta transformarla en la versión pura y desnuda que él deseaba; aparecen vanguardias como el creacionismo y el ultraísmo... Y todavía quedaba por llegar un grupo de jóvenes talentos que conformaron la última gran generación literaria de España. Nacidos muchos de ellos en Andalucía (o vinculados a esta tierra), fueron los verdaderos responsables de asentar las vanguardias en la literatura española, así como de recuperar la lírica popular y revitalizar el Barroco. Se trata de la Generación del 27.
¿Por qué recibieron este nombre? Del mismo modo que la catástrofe de Cuba unió a los Unamuno, Machado y compañía, hubo un evento que hizo lo propio con estos poetas, el cual tuvo lugar en Sevilla, más concretamente en el Ateneo de la capital andaluza. Esta entidad cultural (que, a día de hoy, sigue existiendo) organizó en diciembre de 1927 un acto en conmemoración por el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora. El poeta cordobés, por aquel entonces, apenas estaba reconocido por la crítica literaria. De ahí que se pusiera en marcha este homenaje literario, con el objetivo de reinvidicar su figura y su aportación a las letras españolas. El famoso torero Ignacio Sánchez Mejías (quien poseía una gran inquietud cultural) fue el encargado de financiarlo y reunir, de paso, a algunos amigos suyos que vivían en Madrid (en la famosa Residencia de Estudiantes, donde se hallaban Dalí, Luis Buñuel -primer gran director del cine español-, Severo Ochoa -segundo premio Nobel de Medicina-...), todos ellos jóvenes y excelentes poetas. A ellos se unieron otros que residían en Sevilla y ya publicaban gracias a la revista Mediodía. Así se constituyó la Generación del 27.
Aunque, en un principio, Góngora fue el gran protagonista de aquel acto, pronto estos escritores coparon toda la atención con la lectura de sus propios poemas. El público asistente tuvo el placer de escuchar, por primera vez, a Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén o Dámaso Alonso. Pronto se unirían a ellos talentos de la talla de Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y Emilio Campos. La amistad forjada en esos días jamás se perdió y supuso la argamasa de una Generación literaria cuyas características primordiales fueron las siguientes:
1.- Sienten una profunda admiración por la literatura popular y tradicional del Romancero (neopopularismo), así como por la obra poética de Luis de Góngora y otros autores clásicos (Jorge Manrique, San Juan de la Cruz).
2.- A pesar de lo anterior, es una Generación que cultiva las Vanguardias (en especial el Surrealismo) para explorar y hallar un nuevo lenguaje poético que sea adecuado para expresar su visión de la realidad.
3.- Influidos por Juan Ramón Jiménez, tratarán de eliminar todo lo que pueda entorpecer la belleza de un poema (métrica, rima) y se centrarán en buscar la belleza por medio del lenguaje, las imágenes, la metáfora pura, las repeticiones...
4.- Usan toda clase de estrofas, desde las relacionadas con la lírica popular (romance, copla) hasta las clásicas (sonetos, tercetos), pasando por el verso libre de las Vanguardias (sin rima, ni métrica).
No obstante, y a diferencia de la Generación del 98 (que era algo más uniforme a nivel temático y estético), la del 27 se destaca, sobre todo, por que cada autor desarrolla un estilo muy personal, que lo distingue de los demás. Por ello, en esta entrada (y las dos siguientes), vamos a estudiar cómo era la poesía de cada miembro de este insigne grupo de autores, comenzando por Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Gerardo Diego.
PEDRO SALINAS
Catedrático de Literatura en la Universidad de Sevilla (donde trabajó hasta 1929, siendo profesor de Luis Cernuda), Pedro Salinas está considerado como el poeta del amor de la Generación del 27 gracias a su obra cumbre, La voz a ti debida. Dirigida al amor de su vida (la estadounidense Katherine Whitmore), en esta colección de poemas Salinas expresa el profundo amor que siente por su amada, a la que considera un ser ideal e inalcanzable, un ser del que procede toda la belleza del mundo. Por eso mismo, cuando la amada lo elige a él como su amante, su vida cobra por fin un sentido que se perderá en cuanto la amada desaparezca de su existencia. Salinas emplea en sus poemas el verso blanco, es decir, un verso que carece de rima, pero sí posee métrica. En este sentido, apostará por el heptasílabo:
Miedo. De ti. Quererte
es el más alto riesgo.
Múltiples, tú y tu vida.
Te tengo, a la de hoy;
ya la conozco, entro
por laberintos, fáciles
gracias a ti, a tu mano.
Y míos, ahora, sí.
Pero tú eres
tu propio más allá,
como la luz y el mundo:
días, noches, estíos,
inviernos sucediéndose.
Fatalmente, te mudas
sin dejar de ser tú,
en tu propia mudanza,
con la fidelidad
constante del cambiar.
Di: ¿podré yo vivir
en esos otros climas,
o futuros, o luces
que estás elaborando,
como su zumo el fruto,
para mañana tuyo?
¿O seré sólo algo
que nació para un día
tuyo (mi día eterno),
para una primavera
(en mi florida siempre),
sin poder vivir ya
cuando lleguen
sucesivas en ti,
inevitablemente,
las fuerzas y los vientos
nuevos, las otras lumbres,
que esperan ya el momento
de ser, en ti, tu vida?
VICENTE ALEIXANDRE
Nacido en Sevilla, Vicente Aleixandre gozó del honor de ser el cuarto escritor español en obtener el premio Nobel de Literatura (después de Echegaray, Benavente y Juan Ramón Jiménez). Su aportación a la poesía sin duda lo merece. Hasta el mismo Luis Cernuda confesó que "su verso no se parece a nada". Profundamente imbuido en el Surrealismo, en La destrucción o el amor desplegó todo su talento para hablar, por medio del verso libre, del amor como fuerza que se opone a la muerte (o que la complementa). En sus poemas incluso se desprende cierto erotismo (al hablar de los cuerpos de los amantes fundiéndose) y, sobre todo, un profundo pesimismo que, con el paso de los años, irá superando:
Sí, te he querido como nunca.
¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima,
si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,
cerrar los ojos a, lo oscuro presente
para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?
Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua,
renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,
pelada roca donde se refleja mi frente
cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.
No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,
embisten a las orillas límites de su anhelo,
ríos de los que unas voces inefables se alzan,
signos que no comprendo echado entre los juncos.
No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida,
esa seguridad de vivir con que la carne comulga
cuando comprende que el mundo y este cuerpo
ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.
No quiero no, clamar, alzar la lengua,
proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,
que quiebra los cristales de esos inmensos cielos
tras los que nadie escucha el rumor de la vida.
Quiero vivir, vivir como la hierba dura,
como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,
como el futuro de un niño que todavía no nace,
como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.
Soy la música que bajo tantos cabellos
hace el mundo en su vuelo misterioso,
pájaro de inocencia que con sangre en las alas
va a morir en un pecho oprimido.
Soy el destino que convoca a todos los que aman,
mar único al que vendrán todos los radios amantes
que buscan a su centro, rizados por el círculo
que gira como la rosa rumorosa y total.
Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento,
soy el león torturado por su propia melena,
la gacela que teme al río indiferente,
el avasallador tigre que despuebla la selva,
el diminuto escarabajo que también brilla en el día.
Nadie puede ignorar la presencia del que vive,
del que en pie en medio de las flechas gritadas,
muestra su pecho transparente que no impide mirar,
que nunca será cristal a pesar de su claridad,
porque si acercáis vuestras
manos, podréis sentir la sangre.
JORGE GUILLÉN
Otro ilustre habitante de la Residencia de Estudiantes (donde conoció a Lorca y Alberti), también trabajó como profesor de Literatura en la Universidad de Sevilla, si bien su mayor vinculación con Andalucía la tuvo con Málaga, donde residió desde finales de los 50 hasta su muerte. Frente al pesimismo de Aleixandre, Guillén es conocido por su optimismo absoluto ante la vida y el mundo, incluso a pesar de la Guerra Civil, la dictadura, la II Guerra Mundial, etc. Esto, por supuesto, le granjeó muchas críticas a lo largo de su vida. De su producción cabe destacar también que fue el más firme seguidor de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez. Por ello, apostó firmemente por un estilo que suprimía la acción (apenas empleaba verbos) y expresaba tanto mensaje como le fuera posible con el menor número de palabras. De ahí que utilizase muchos sustantivos o adjetivos sustantivados, así como el verso octosílabo y la rima consonante:
¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.
GERARDO DIEGO
Este cántabro fue un maestro en el arte de conjugar la literatura clásica con las Vanguardias. De este modo, en su haber lucen sonetos, décimas o romances, al estilo del Siglo de Oro (Góngora, el Romancero); y también poemas completamente innovadores y experimentales, basados en el ultraísmo o el creacionismo. Sus temas también son de lo más variopintos, hablando del amor, el paisaje, los toros, la música, la religión... A él se le debe uno de los mejores sonetos en castellano, a saber, El ciprés de Silos:
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
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