Los militares, liderados por Francisco Franco y otros altos mandos, se alzaron contra el gobierno de la República el 17 de julio de 1936. Así dio comienzo un conflicto que acabaría en 1939 con la victoria del bando sublevado y la caída de la República. Franco, imitando a los regímenes fascistas de Alemania o Italia, se autoproclamó jefe de Estado de una dictadura que acabó con la libertad de partidos (se creó una única coalición de derechas bajo su mando); empleó la fuerza y el terror para acabar con cualquier conato de rebelión (siendo habituales los 'paseos', es decir, los raptos de ciudadanos acusados de republicanos para luego ser ejecutados en los campos); se suprimieron todas las libertades ganadas durante la etapa republicana...
Uno de los mecanismos de control que la dictadura franquista empleó con severidad fue la censura, un aparato ideológico que controlaba lo que se decía en los medios de comunicación, las películas, los libros... Esta censura, por supuesto, cargó duramente contra la literatura, prohibiéndose hasta los años 60 (e incluso hasta la muerte de Franco en 1975) obras como La Regenta, La Celestina, los escritos de Valle-Inclán o Antonio Machado, La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, Guerra y paz de Tolstoi, Crimen y castigo de Dostoievski... Amén de casi toda la producción literaria de la Generación del 27, con honrosas excepciones (Diego, Alonso, Aleixandre).
Aun así, el franquismo siempre quiso dar a la población una sensación de normalidad. Por ello, y a pesar de la censura, apostó con fuerza por la cultura, la cual debía cumplir con un doble objetivo: promover los valores y los principios franquistas; y, sobre todo, distraer a la gente de la miseria y la ruina en la que vivían tras la guerra. En este último sentido, el teatro cobró una importancia trascendental, caracterizándose este por obras en las que, evidentemente, no había ni rastro de crítica política o social (como sucedía en las piezas de Valle-Inclán o Federico García Lorca). Por el contrario, estas destacaban por mostrar una realidad edulcorada, agradable y hasta inocente, en la que unos personajes planos y típicos viven unas situaciones absurdas y cómicas. Nacía así la comedia burguesa o el teatro del humor.
Ambientadas en escenarios y ambientes de las clases acomodadas, estas comedias pretendían, sobre todo, hacer reír al público, enfocando con humor problemas cotidianos, como la familia, el hogar, los sentimientos... Dos fueron los autores más célebres en este período, a saber, Enrique Jardiel Poncela y, especialmente, Miguel Mihura, autor de títulos tan destacados como El caso de la mujer asesinadita, Melocotón en almíbar, Ninette y un señor de Murcia o Tres sombreros de copa, quizá su mejor obra:
Como podéis apreciar, la situación no puede ser más ridícula: una pareja discutiendo en la habitación de un hombre en pijama que no conoce a ninguno de los dos y se encuentra, de golpe y porrazo, en medio de todo el jaleo. Así comienza esta comedia que tiene como protagonistas a Dionisio y Paula. Ambos pertenecen a mundos distintos: él, a la aburrida sociedad burguesa, preparado para casarse por obligación social; ella, a la farándula y el espectáculo, donde parece haber más libertad. Esa misma noche, Dionisio se enamora de Paula, pero su historia de amor no tendrá un final feliz: él acabará asumiendo sus responsabilidades y la abandonará.
Durante la década de los 40, este teatro del humor es el que se impone en todo el país. Sin embargo, los dramaturgos no podían cerrar permanentemente los ojos ante las injusticias que vivían los españoles. Pronto estas comedias darían paso a unas obras más complejas que, con habilidad e inteligencia, realizarían una profunda crítica social. El punto de inflexión, en este sentido, llega en 1949 con el estreno de una de las mejores obras del siglo XX, a saber, Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo:
En esta famosa escena se perciben todas las características propias del teatro social o realista:
1) Los personajes son mucho más complejos. Frente a la comedia burguesa, Buero Vallejo desarrolla la personalidad y la trayectoria vital de sus personajes: sus ilusiones, sus miedos, sus ambiciones, su pasado familiar... Asimismo, todos ellos evolucionan con el paso del tiempo, quedando marcados por los errores que hubieran cometido. Esta escena basta, por ejemplo, para saber cómo son Fernando y Carmina, los protagonistas de la obra, y cuáles son sus sueños y esperanzas.
2) Se mezcla realismo con simbolismo. Es decir, la historia que se presenta refleja a la perfección la época de Buero Vallejo. No obstante, los dramas personales que se viven en ella rebasan las barreras del tiempo y el espacio, planteándose problemas y dilemas universales, que cualquier persona es capaz de entender y con los que puede empatizar: los sueños rotos, el amor perdido, el fracaso vital, la angustia existencial, los malos tratos...
3) El pesimismo predomina en toda la historia. En una sociedad donde el dinero, el poder o las influencias importan más que las propias personas, tener esperanzas es algo imposible. Aunque quieras luchar contra la realidad por tus sueños, esta te acabará poniendo en tu sitio, el mismo en el que vivieron tus abuelos y tus padres, y en el que vivirán todos tus descendientes. La vida es una maldición que se repite una y otra vez, en un círculo vicioso del que es imposible salir.
4) Se emplea un lenguaje sencillo, acorde con la clase social a la que pertenecen los personajes, lo que confiere un mayor realismo.
5) Se apuesta por una mayor complejidad escénica, con escenarios múltiples y efectos especiales.
¿Cómo sorteaban Buero Vallejo y los autores del teatro social la censura? No sin dificultades; si bien la ausencia de toda crítica política (o si había, era muy velada) ayudaba en este propósito, lo que, evidentemente, no cambió con el paso de los años. Por suerte, la necesidad del franquismo de abrirse a Europa y Estados Unidos propició que la censura fuera algo más relajada a partir de los años 60 con libros y películas extranjeras. Eso permitió a los autores españoles conocer de primera mano lo que se estaba haciendo sobre los escenarios europeos en ese momento. Y nada tenía que ver con el teatro social:
Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Antonin Artaud... Todos ellos renunciaron a mostrar la realidad tal como era y, claramente influidos por las vanguardias de principios de siglo, apostaron por una nueva forma de hacer teatro: la historia ya no importaba, los personajes repiten continuamente sus líneas sin razón aparente, no hay actos o escenas... Llevan a cabo, por tanto, una profunda renovación formal que pretende, al igual que el Surrealismo, acercarse a las verdaderas pasiones del ser humano, rompiendo con todo lo anterior. Incluso mostraban los aspectos más viles y grotescos de la humanidad para que así el público reflexionara sobre la naturaleza del Hombre. Se trataba, en conclusión, de un teatro complejo, difícil de entender; pero que tuvo relativo éxito en Europa, por lo que se acabó extendiendo incluso a España.
Este teatro experimental aterrizó en nuestro país, más concretamente, en 1962 de la mano de Fernando Arrabal, quien fundó el Movimiento Pánico junto a otros dramaturgos. En sus obras quiso imitar a los grandes maestros del teatro surrealista y del absurdo, mezclando humor con horror, alegría con desesperación, en unas historias sin pies ni cabeza protagonizadas por unos personajes inocentes, que hablan y actúan de forma ingenua, lo que los llevará a la desgracia. Así sucede en obras como El arquitecto y el emperador de Asiria, El cementerio de automóviles, El laberinto o Pic-Nic:
En esta absurda historia, el soldado Zapo se encuentra en mitad de una guerra cuando lo sorprenden sus padres, quienes tienen la sana intención de tomarse un picnic con su hijo en plena trinchera. Cuando Zepo, un soldado enemigo, aparezca, los mismos padres lo invitarán a sumarse a su picnic con total libertad, como si no pasara nada. Y todos se divertirán hasta que la guerra haga acto de presencia, matándolos sin piedad. Por muy humanas que sean las reacciones de sus personajes (el deseo de paz y armonía), su inocencia les hace pagar el precio último...
Arrabal se las tuvo con la censura en más de una ocasión, llegando, en los últimos años del franquismo, a ser considerado como una de las personas más peligrosas para España. Por suerte, todo eso cambió con la llegada y consolidación definitiva de la democracia a finales de los 70. La Transición supuso un período de paz social sin precedentes en el siglo XX, colaborando de manera estrecha tanto políticos de derechas como de izquierdas (y el rey Juan Carlos I) para convertir a España en un Estado moderno y plenamente democrático. Y, en ese espíritu de buena fe, muchos de los exiliados y marcados por el franquismo pudieron regresar a España y/o hacer vida normal, con todos sus "crímenes" perdonados. Esos fueron los casos de Rafael Alberti, Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo...
El teatro experimental o alternativo, por su parte, continuó progresando, sobre todo en Cataluña. Compañías como La fura dels Baus, Els Joglars o Els Comediants apostaron por seguir la senda de Arrabal y dar un paso más allá, mezclando la música, el teatro, el cine y la danza en espectáculos simbólicos y extravagantes, en los que el color y las sensaciones cobran un especial protagonismo:
También son reseñables los microteatros, obras que se representan ante un público reducido que interactúa con los actores, por lo que cada función es distinta a la anterior; o, más recientemente, obras mucho más críticas con la clase política y los valores de la sociedad actual, como El método Grönholm, de Jordi Galceran:
O Poder absoluto, de Roger Peña:
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